jueves, 18 de junio de 2009

Ira

Torbellinos de furia se levantan en un pequeño cuarto una tarde de Septiembre. Un jóven toma un arma blanca que posee desde inicios del amor, y con el amor pretende acabar usandola como herramienta, aquel amor que ya no existe más y que necesita ser asesinado con odio extremo. "No te llenes de furia, no guardes esos sentimientos dentro de ti"- Gritan las voces en su cabeza, pero las imagenes en sus ojos son tan poco claras como luciérnagas en el abismo, y sin embargo tan dolorosas, tan lejanas y tan profundas espinas clavadas en el alma. Trata de controlarse, pero sus brazos ya manejan la espada como si ésta poseyera un espiritu por sí misma, indomable, respondiendo a la ira como las llamas responden a la paja bajo ellas. Cabello de fuego, piel artificial del color de la pasión, aprensivo e intempestivo: Una fórmula interna que hace cualquier esperanza de calma o paz verse completamente distante.

Esa mañana el jóven caminaba ciego a traves de un mar de siluetas grises sin rostro ni forma. Un desierto sin horizontes de personas que han vendido sus corazones para tener en el mundo un pequeño lugar para existir, respirando aires gélidos y solitarios y deleitandose con los eternos colores monocrómaticos del existir por existir. Tan solitario, como un dígito en el interminable universo de los números, en tal universo lleno de estrellas sin luz, tan parecidas a él. Personas indigestas de un amor que contamina los demas amores. Personas que comen el más delicioso plato de sus vidas y que deciden jamás liberarlo de su sistema, a sabiendas que terminará pudriendo la carne por dentro y que consumirá sus vidas. Personas que se han olvidado de como odiar. Odia estar ahí, detesta ser uno más. Uno más de la vida, uno más del amor, uno más de ella.

Torbellinos de furia se levantan en un pequeño cuarto una tarde de Septiembre. El jóven ha llegado a casa y encuentra la vieja espada que contiene la solución. Todo el cuarto apesta a amor, el célular con la memoria llena de basura, el libro en blanco sin nada que escribir en él. La cama aún con el olor del shampoo que ella acostumbraba usar. La solución llega a su cabeza, y él se convierte en un dios de la guerra, insaciable, inmisericorde, lleno de dolor y de ira. Los desechos del amor salen de su cuerpo exorcisados a través de sus ojos, nariz y voz, como humo invisible que rodea el salvaje espectáculo de piedra y astillas. Los espectros huyen respondiendo a los gritos de un nombre femenino que no les pertenece, los muebles inocentes pagan las consecuencias de haber visto sin ojos el acto que se penaliza. Las paredes del armario caen tras una tempestad de acero abatidas por una fuerza humana que los humanos no comprenden. El filo de la espada se rompe y la muerte entra por la ventana como un huracán.

El silencio que reina en el cuarto también mina la mente del jóven. Al pasar el filo roto a escasos centímetros de su cabeza, ha cortado al demonio oculto tras él. La espada ha amado a su amo, ha respondido a la pasión desmedida de sus brazos y lo ha protegido incluso de si mismo. Ha acabado con sus enemigos y ahora descansa como un héroe en el suelo y en la memoria. El jovén llora de alegría al sentir aquello que había olvidado, aquello que todos han olvidado. Se siente vacío, se siente muerto, pero comprende que para poder vivir de verdad hay que estar muerto, para sonreir de verdad hay que sentir el dolor absoluto, hay que desechar para continuar con el ciclo interminable de la vida. Y hay que sentir un inmenso odio para poder volver a amar con intensidad.

La tormenta ha terminado. La espada descansa con todas sus partes en un ataúd de cartón, junto con la carta de presentación con la que vino: "Todo guerrero necesita una espada, que te sea de gran utilidad, y el fin con el que la uses, dependerá enteramente de ti". Y ha cumplido. A pesar de ser una baratija de una tienda china, su espiritu orgulloso permanece en los recuerdos como una Excalibur o una Durandarte. El jóven sale de nuevo a la calle, caminando a pasos grandes, en un mundo en el cual solamente camina él.


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